jueves, 24 de mayo de 2012

Dos tormentas seguidas


                Otra noche más se encontraba sola en la ciudad, a pesar de las miles de personas que caminaban por las calles. En sus rostros no veía rasgos conocidos, ya llevaba varias semanas en soledad y su único deseo era poder ver sus ojos marrones una vez más. En cada hombre que se cruzaba buscaba desesperadamente esa sonrisa torcida que le hacía acordar a él, y que a la vez despreciaba con todo su cuerpo.
                Se preguntó si la solución a este problema era salir a buscar eso que necesitaba hace ya mucho tiempo, pero en vez de encontrarlo, estaba convencida de que fallaría ni bien sus pensamientos se pusieran en su contra y la quebraran por dentro. Ella se convencía constantemente de que el corazón era simplemente un órgano incapaz de sentir pena por algo que producía la mente, pero ese dolor agudo que sentía en el centro de sus latidos no desaparecía por más que lo intentara.
                Pensó que lo mejor era seguir caminando por la ciudad, y de repente sintió una pequeña gota deslizarse por su nariz. Llovía. Observó cómo la gente frenética se dispersaba corriendo como gatos para no mojarse con la lluvia, nunca había comprendido que era tan dañino en el agua como para alarmarse tanto, para ella, la lluvia era lo que más la reconfortaba en momentos de tristeza.
                Decidió entrar en su bar favorito ya que sus charlas prolongadas con Ignacio, el hombre de la barra, siempre lograban subir algo su ánimo, y a veces, albergaba esperanzas de poder conocer a alguien nuevo para compartir su vida. Se sentó en su asiento usual en la barra.
                -Ignacio, haceme un Martini seco por favor.
                -Hacía mucho que no pedías alcohol, ¿una noche dura?- Preguntó Ignacio sin dejar pasar la demostración de su preocupación en su rostro.
                -Una noche igual a todas las anteriores, pero como hoy llueve, quiero celebrarlo.
                -Cierto que sos una amante ferviente de las tormentas.- dijo Ignacio sonriendo.
                -No sé si amante es la palabra indicada, pero sí creo que las tormentas son una manera de renovarse, así como limpian la ciudad de todo lo que haya quedado en los días anteriores, cada vez que llueve yo siento como si todas las malas decisiones que tomé poco a poco se desvanecieran.
                -Entonces esta noche tenemos suerte.- expresó Ignacio entregándole el Martini sin borrar la sonrisa de su rostro.
                Por la puerta entró un grupo de amigos risueños que no dudó en sentarse en la mesa de siempre. Ella siempre los veía y envidiaba sus fluidas conversaciones sobre lo bella que era la vida de cada uno de ellos. Desde donde los miraba, parecían perfectos. Su atención se desvió hacia la puerta nuevamente, donde vió entrar a un hombre, probablemente adentrado en los treinta, que tenía un saco verde empapado por la lluvia que no combinaba en absoluto con esa bufanda a cuadros que, curiosamente, era igual a una que usaba su abuelo cuando paseaba con ella por el parque.

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