Había una vez, al pie de una gran montaña, un pueblo donde vivían
personas conocidas como los “Happy Folk”. Su vasta existencia, misteriosa para
el resto del mundo, estaba oscurecida por grandes nubes.
Aquí
vivían sus pacíficas vidas, inocentes de la letanía del exceso y la violencia
que crecía en el mundo. Vivir en armonía con el espíritu de la montaña, llamada
Mono, era suficiente.
Pero un
día, los “Strange Folk” llegaron al pueblo. Venían camuflados, escondidos
detrás de anteojos oscuros. Y nadie los reconoció. Solo había sombras, y sin la
verdad en los ojos, los “Happy Folk” eran ciegos.
A medida que pasó el
tiempo, los “Strange Folk” encontraron su camino en las altas cumbres de la
montaña. Y fue ahí donde encontraron las cuevas de la inimaginable sinceridad y
bondad.
De
casualidad, tropezaron con el lugar donde todas las buenas almas descansan. Los
“Strange Folk” codiciaban las joyas de esas cuevas sobre todas las cosas. Y
rápidamente empezaron a minar la montaña. Su riqueza alimentaba el caos de su
propio mundo.
Mientras
tanto, en el pueblo, los “Happy Folk” dormían inquietamente. Sus sueños eran
invadidos por figuras sombrías que cavaban sus almas. Todos los días, las
personas se levantaban y miraban a la montaña: ¿Qué era lo que estaba trayendo
la oscuridad a sus vidas?
Y
mientras los “Strange Folk” minaban profundamente cada vez más en la montaña,
empezaron a aparecer agujeros, que traían consigo un frio y amargo viento. Eso
congelo la misma alma de Mono.
Por
primera vez, los “Happy Folk” tuvieron miedo. Sabían que pronto Mono
despertaría de su profundo sueño. Entonces escucharon un sonido, primero
distante, que empezó a crecer hasta ser de terribles proporciones. Tan inmenso
que podía ser escuchado desde el espacio.
No
había gritos, no había tiempo. La montaña llamada Mono había hablado.
Solo
había fuego, y luego…nada.
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